Hace ya un par de semanas que volví de Turquía y es curioso cómo el viaje me queda ya un tanto lejano. Me extraña, en comparación con lo que me ocurrió el año pasado: al volver de la India tardé meses en quitarme de encima las sensaciones acumuladas a lo largo del viaje. Y es que, mientras lo de Turquía han sido principalmente unas vacaciones muy agradables y divertidas, pasadas además en buena compañía, lo de la India fue un viaje en todos los sentidos de la palabra. Incluso a pesar de que el planteamiento inicial del tur turco era mucho más "a la aventura" que el otro.
Sin embargo, todo lo dicho no resta un ápice de interés a mi (nuestra) experiencia turca. En dos semanas allí no sólo he tenido la oportunidad de ver rincones y monumentos preciosos, huellas de diversas civilizaciones, prodigios de la naturaleza, no sólo he probado una gastronomía variada y deliciosa (también producto del cruce de culturas), cosa que para un comilón como yo es súper importante; sino que, ante todo, he tenido la oportunidad de dialogar con turcos de distinta procedencia y nivel social. E incluso cuando el diálogo era lingüísticamente imposible, he sentido una hospitalidad espontánea y auténtica, en absoluto forzada o fingida. Y es básicamente gracias a ese contacto humano por lo que puedo decir que, si "gustar" es una categoría útil para lo que nos ocupa, este viaje me ha gustado más que el otro. De la India me quedó la sensación de haber sido transplantado temporalmente a una cultura que, debido a la carencia de puntos de contacto, de referencias comunes, de terreno firme que pisar, me resultó totalmente impenetrable. Demasiada distancia. Me vine de allí sabiendo de la India poco más que datos estadísticos, geográficos o históricos. Nuevamente, esto tampoco disminuye el valor de la experiencia, pues fue mucho lo que aprendí, sobre todo acerca de mí mismo y de mi forma de enfrentarme al mundo y a las experiencias nuevas.
Pero de la India ya quedó casi todo dicho en el espacio correspondiente. De Turquía quisiera añadir que me llamó la atención su ambivalencia geográfico-temporal. Turquía se encuentra a caballo entre Europa y Asia. Y, en efecto, muchas de las cosas que vi allí son exactamente iguales a las que hay en la Europa de la Unión (destacaría especialmente el ajetreo cosmopolita, tanto diurno como nocturno, del barrio de Taksim en Estambul). Otras tienen el toque pintoresco de lo que viví en mi infancia en la España de hace quince o veinte años, o de como me imagino lo que sucedía en otros lugares europeos hace un par de décadas. Lo que podríamos denominar retraso lo es desde el punto de vista cronológico, pero nada más: quiero decir que el hecho de que algunos aspectos parezcan anacrónicos no significa que sean peores; todos sabemos que el progreso a veces implica más retroceso que avance. Por último, algunas de las cosas que vi me recordaron a mi único punto de referencia asiático, es decir, la India: por ejemplo, las familias sentadas a la entrada de las casas, tomando té, haciendo calceta, conversando, mientras los niños juegan sueltos en la calle...
Hm, tengo la impresión de que estas reflexiones me han salido un poco deslavazadas, es lo que tiene robarle tiempo al trabajo para escribir. Espero poder completarlas pronto y clarificarlas con más ejemplos. Mientras tanto, doy por terminado mi relato sobre Turquía. Gracias a los que me/nos habéis acompañado a lo largo de este viaje.
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